He pensado más de dos veces si atreverme a escribir esta entrada dado que es algo reciente en mi vida y tal vez no le de el enfoque desde la distancia que debiera, pero si este blog es personal y es mi opinión, no sé por qué no debería encajar.
Si una relación va mal, con demasiados altibajos, choques o discusiones, si realmente el "nosotros" que la formamos nos amamos, somos capaces de vencer todo y seguir juntos. Ninguna relación es perfecta, las crisis están a la orden del día y quien niegue eso, apoyándose en lo idílico, sabe que miente. Aunque la posibilidad de que el otro te diga: "quiero dejarlo" supera el 90% ya te hueles con tiempo que puede suceder; aún así te dolerá, tal vez menos, pero puedes asimilarlo mejor.
Te pilla de sorpresa, no sabes qué decir ni qué hacer... buscas una explicación, pero a veces la que te otorga pertenece a las típicas:
"no eres tú, soy yo",
"me siento agobiado",
"necesito un tiempo"
o de esa índole que en absoluto te da respuesta.
Aunque pensándolo bien, ¿en ese estado lo que salga por su boca te reconfortará? Incluso su frialdad para que lo asimiles y la distancia que pone como si fueras un perro sarnoso te hace sorprenderte si realmente conoces a esa persona y si realmente te ha llegado a querer al comportarse y decir lo que has escuchado.
Se te cae el mundo a tus pies, y sientes como si el tiempo te succionara antes de conocerle o incluso como si despertaras de un bonito sueño, esa persona se va como si nada y sí, te carcomerá el estómago de la rabia si no pierde el tiempo y al día siguiente "rehace" su vida como si fueras un mal recuerdo o como si nunca hubieras existido. Sin embargo, bien es cierto que el cariño que se pierde por decepción, es aquel que nunca vuelve.
Esperar duele, olvidar duele, pero el peor de los sufrimientos es no saber qué decisión tomar.
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