domingo, 7 de diciembre de 2014

Capítulo VI: Del latín, litteratūra.

cuyo significado según la RAE, "arte que emplea como medio de expresión una lengua".

Aprovecho que el 6 es mi número preferido y la casualidad de que toque tal capítulo para dedicarlo a mi pasión: la literatura. Voy a intentar no desviarme del tema ni hacer testamentos infumables aunque ya os admito que me puedo emocionar y dar parrafadas de infarto.

Si por algo me considero un chico de letras, no es porque me crea el más culto ni mucho menos vaya de ejemplo a seguir en cuanto a ortografía se requiere. Ni me devoro tantos libros como me gustaría (y apuesto que algunos que me estáis leyendo incluso habréis leído más que servidor) ni soy nadie, pese a ser licenciado en Hispánicas, para sentirme ejemplo en cuando a lo lingüístico se refiera.

Con ello perdonad la parrafada pero me refiero a lo que la literatura implica. 



Desde pequeño, mi afición a la lectura vino infundada por unos grandes profesores (y porque la educación era a mi juicio más eficiente y diferente a la de ahora, con sus pros y sus contras, pero eran otros tiempos...). Mis padres no son licenciados, él es electromecánico y mi madre ama de casa con el graduado escolar, si bien tienen estudios inferiores a los universitarios, se involucraban en mi educación lo máximo que podían (y demasiado exigentes en la misma, añadiría).

Sé que suena a tópico, pero señalaría más la implicación de mi madre que la de mi padre, pero sea como fuere, él siempre me reforzó en matemáticas (tablas de multiplicar, ecuaciones, etc,.) y mi madre se encargó de las letras, logrando que fuera al colegio sabiendo ya escribir y leer, no perfectamente pero si con cierta soltura, lo que me otorgaba cierta ventaja respecto a mis compañeros. Recuerdo aún esas tardes en que me estudiaba páginas de libros de texto porque nos preguntaba el profesor al día siguiente y ella lo sostenía en sus brazos mientras yo lo recitaba, muchas veces de memoria... O cuando elaboraba mi primeras fichas de lectura, en pequeños trozos de cartulina y a mano, y ella me las repasaba o las supervisaba para que quedaran perfectas... al mínimo tacho, ¡a repetirlas! Con esto quiero subrayar, que a mi juicio la educación no solo la determina los profesores, también el ambiente en que te muevas.

Todos hemos soñado con ser protagonistas de libros donde nos sumergíamos, nos hemos enamorado hasta de ellos o incluso hemos deseado que sucediera en la realidad. Empecé con cuentos infantiles, luego las colecciones de la editorial de "El Barco de Vapor" infantil y juvenil (naranja y rojo respectivamente eran sus colores) y fui poco a poco subiendo de nivel hasta llegar a El Quijote. A esto se añadiría el descubrimiento de la biblioteca, los préstamos, el afán de crear una propia en casa añadiendo con el paso de los años nuevos libros (actualmente tiene muchos ejemplares pese a que con el dilema del libro digital, el espacio me lo ha agradecido) y sentirme dichoso al contemplarlos en esas estanterías...

Antes de que hiciera Selectividad, ya me decidí por Filología Hispánica, aun sabiendo que muchos adultos ni sabían que era eso (y tenía que decir: "viene a ser profesor de lengua y literatura española pero para secundaria, de ESO para arriba") y otros soltaban que un futuro poco alentador al no tener apenas salidas profesionales salvo la oposición.

Aún así, la filología fue mi elección, donde obviamente me topé con dos ramas predominantes:
asignaturas dedicadas a la literatura y otras a la lingüística, siendo las primeras mi pasión, mi deleite y mi goce mientras que las segundas solían ser mi pesadilla, mi hastío y mis quebraderos de cabeza.
Y no me miréis raro, en toda carrera siempre habrá asignaturas que os encanten y otras que las aborrezcáis con toda vuestra alma, pero tenéis que cursarlas porque forman parte de ella.

Eso si, nada de comparar la lectura voluntaria con la lectura obligatoria, el efecto obviamente no es el mismo, y ya os lo dice uno que "sufrió como Precious" al leer (o intentar comprender más bien) a Jose Francisco de Isla con su Fray Gerundio de Campazas  y que pone por delante a La Celestina antes que la obra protagonizada por Alonso Quijano y Sancho Panza, algo sacrílego para cualquier literato pero qué le vamos a hacer, a mi me hizo más mella el escrito de Fernando de Rojas.

Considero que cualquier persona puede escoger otra carrera y amar la literatura, no obviamente solo es exclusiva de filólogos, sería ya el colmo de la estupidez; no voy a meterme a desarrollar si la vocación va de la mano de la personalidad de cada uno.

Muchas veces me han dicho que utilizo demasiados sarcasmos o incluso la ironía (que no es lo mismo, ya se encargó Dani, un conocido mío, de hacérmelo ver), los hay que recalcan que se me escapan demasiados recursos retóricos como la metáfora, la comparación o incluso la sinestesia (entre otros). Pero donde quiero ir a parar es que como diría Albus Dumbledore en la saga Harry Potter, "la palabra es nuestra fuente inagotable de magia, capaces tanto de infligir heridas como de sanarlas".

Solo diré que tener un libro entre mis manos, leer lo plasmado por un clásico o un autor sin tanta relevancia, es un ejercicio que me encanta y más si lo que leo provoca en mi una emoción, me identifico con ello e incluso podría jurar que podría haberlo escrito yo perfectamente. Esa correspondencia no es solo poesía, es también teatro o prosa.
Quien quiera experimentar este sentimiento y empatizar conmigo, solo ha de leer La Sombra del Viento de Carlos Ruiz Zafón, creo que ningún libro describió mejor mi relación con los libros y el significado que tienen los mismos en mí.

Sin embargo, después de haber escrito esta entrañable entrada, soy aún incapaz de explicar con palabras lo que significa la literatura para mi, lo es todo... y obviamente, como materia de letras, es recomendable enlazarla con otras artes como la historia, la filosofía o el arte (válgame la redundancia) de un siglo en concreto para tener una visión más completa y enriquecedora, así como poder entenderla más fácilmente.



No hay comentarios:

Publicar un comentario